Osvaldo León
ALAI, América Latina en Movimiento
2010-02-02
Chile
Entrevista con Marcos Roitman
El próximo 11 de marzo, la presidenta Michelle Bachelet entregará el bastón de mando al multimillonario Sebastián Piñera. Más allá del protocolo, el acto marcará el cierre del ciclo político de la transición liderada por la Concertación a lo largo de diecinueve años. “Así acaba un período en el cual nadie se siente defraudado”, sostiene Marcos Roitman, sociólogo chileno y actualmente profesor de la Universidad Complutense de Madrid, en un análisis crítico que desarrolló en diálogo con ALAI, cuyos términos presentamos a continuación.
- ¿Cuál es tu lectura del triunfo presidencial de Sebastián Piñera y las implicaciones en la futura dinámica política chilena?
En primer lugar, con el triunfo de Sebastián Piñera se cierra la transición. Los acuerdos generados entre la derecha, las fuerzas armadas y los miembros del comando por el No, emergente en 1988, culminan con éxito. Así acaba un período en el cual nadie se siente defraudado. Lo acontecido refuerza la constitución política instaurada por el dictador y da alas a la derecha natural para no derogarla en sus artículos más represivos. En segundo lugar, el discurso oficial es triunfalista. Consiste en remarcar la excelencia de la democracia chilena. Es parte del juego y de la tan manida alternancia. En tercer lugar se da una explicación sobre falsos fundamentos. Se presenta a los partidos de gobierno como la izquierda real derrotada por la derecha natural. Pero se olvida que en los partidos de la Concertación viven golpistas, exiliados y sujetos que colaboraron con el orden represivo de la tiranía. La democracia cristiana, sin ir más lejos. Los hoy perdedores han jugado un sucio papel, lavarles las manos a los torturadores, dejar libre a los responsables políticos del golpe militar y administrar el orden neoliberal. En esta lógica, no se puede hablar de una derrota de la izquierda. Sus representantes éticos, políticos y sociales fueron marginados conscientemente con el fin de evitar una transición democrática. Me refiero a los movimientos populares, al Partido Comunista, a los restos del MIR, la Izquierda Cristiana e independientes, a los cuales hay que sumar los miles de desencantados provenientes de la concertación en sus primeros años. Aquellos que abandonaron la coalición de gobierno por falta de compromiso social y económico con las clases trabajadoras, el pueblo mapuche y los sectores mas desprotegidos afectados por las reformas neoliberales.
En estos diecinueve años de gobierno, la deserción se fue generalizando en la coalición de gobierno. Aunque algunos no lo hicieron precisamente por la izquierda. El triunfo de Piñera supone la consolidación del golpe militar bajo el paraguas de una constitución espuria y una fórmula electoral poco transparente. Más de cuatro millones de chilenos no se encuentran inscritos en los registros para votar. Y no olvidemos que tanto el nuevo presidente como su hermano, José Piñera, Ministro de Trabajo con Pinochet y Frei hijo, pertenecen a la generación de quienes conspiraron para derrocar al gobierno del presidente Salvador Allende.
Por otro lado, pienso que puede haber una recomposición política entre los partidos de la izquierda real y aquella que se define como tal inmersa en la Concertación. Sin embargo para que suceda debe haber una ruptura interna. La democracia cristiana no tiene cabida en un proyecto de estas dimensiones. Su espacio natural está cubierto por Renovación Nacional en la derecha. Seguramente, este resultado es el fin de la Concertación tal y como se la conoce. En esta dinámica, tras un mea culpa es posible que el Partido Socialista también se fracture o tome otro rumbo. Recordemos que el actual se refundó para gobernar y buscar el contrapeso a la Democracia Cristiana. En él cohabitan sectores del MAPU, Izquierda Cristiana, Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Partido Radical, Partido Comunista, independientes y algunos militantes del Partido por la Democracia. Además, la candidatura de Enríquez Ominami con el 20% de votos, abre la posibilidad a la emergencia de una nueva fuerza política. Ello, claro está, si logra transformar los votos en organización militante. Un partido cuyo programa sería reivindicar aquello que la Concertación no hizo y que debería de haber hecho. Creo que no tendría un largo recorrido, aunque a corto plazo una parte de la juventud y sectores medios le darían su apoyo.
Asimismo, la derecha tiene que deshacerse de su pasado pinochetista, cuestión harto difícil sino imposible. Aún la memoria y la conciencia histórica siguen pesando en la formación del imaginario social chileno. Pero la democracia cristiana puede ayudar a deshacerse de tales lastres. Si la derecha confió en la Concertación para administrar su proyecto se debió en gran parte a la presencia de la democracia cristiana. Tras las elecciones, la derecha pinochetista y no pinochetista retoma el gobierno formal, pero no olvidemos que el poder real nunca le fue esquilmado.
- Se entiende que la mayoría de los cuatro millones que no participaron en el proceso electoral es joven. ¿Se podría hablar de una fractura generacional?
Si bien es cierto que la candidatura de Marco Enríquez Ominami Gumucio contaba con un apoyo más numeroso entre la población joven inscrita para votar, no podemos señalar que ese voto fuera un voto de compromiso con el candidato. Este no tenía un programa ni un proyecto alternativo de sociedad. Distintos elementos pueden haber condicionado tal aproximación. La propia juventud del candidato, la forma de hablar, ser hijo de Miguel Enríquez, un histórico dirigente de la izquierda chilena asesinado por la dictadura y porqué no decirlo sus películas y cortos criticando la acción de los viejos dirigentes de la izquierda chilena. Aunque esto último es mas bien secundario. Debemos además, ser concientes del tipo de campaña propio del marketing político. Su imagen era mucho más atractiva para los jóvenes que para una población cuya edad superase los cincuenta años. Pero no podemos decir que fuese un candidato antisistema. Su discurso está dentro del orden y como tal participa de esta lógica. Puede expresar ese cabreo latente por la política represiva contra el pueblo mapuche, los estudiantes secundarios, la corrupción, el aumento de la desigualdad, la pobreza extrema y la perdida de ideales. Sí su discurso fuese parte de un proyecto alternativo, hubiese calado en aquellos sectores entre 18 y 30 años, hijos de la concertación que no se inscriben para votar y que forman una no despreciable cifra de mas de un millón y medio de personas.
De modo que no veo una fractura generacional. Pero sí un desgaste en la forma de hacer política, en el sistema electoral y sobre todo en un proceso de despolitización. Proceso iniciado en los años siguientes a la dictadura y continuado y profundizado por los partidos de la Concertación. Tampoco creo que Marco Enríquez Ominami Gumucio, tenga un proyecto socialdemócrata enquistado en un capitalismo keynesiano de pleno empleo y distribución de la renta. Seguramente su máxima aspiración, que no es poca cosa en el Chile actual, sería tal vez poner fin a la impunidad y cuestionar la ley de amnistía. Aunque no metería mano a la falta de libertad de prensa, el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios, el control sobre las aguas, hoy en manos de las transnacionales y los megaproyectos para la construcción de represas, autopistas, etc. En fin, no creo que ese 20% que votó por él en la primera vuelta, lo hiciera convencido de un proyecto alternativo, fue más bien un voto de castigo a Frei. Por ello la democratización del país deberá esperar al menos un lustro.
- Cuando hablas de despolitización, ¿cuál es el sentido y alcance de este fenómeno?
Hablo de la pérdida de la ciudadanía plena y la centralidad de la política a la hora de tomar las decisiones. La sustitución de la res-publica por el mercado, un espacio competitivo, altamente monopolizado, excluyente y sin posibilidad de crear ciudadanía, auspicia la guerra de todos contra todos. El mercado crea consumidores, la política ciudadanos con derechos y obligaciones en el proceso de toma de decisiones. En Chile se destruyó esa ciudadanía. Eso fue lo mas revolucionario del golpe militar. En su lugar emergió, aquello que Aristóteles denominó con justa razón, el idiota social. Una persona que renuncia a su participación en la esfera pública en aras de un individualismo extremo. Sálvese quien pueda pero yo el primero. Podríamos decir que la política pierde los valores éticos y las virtudes democráticas del ejercicio del poder. En su lugar emerge la política como gestión del Estado. Así, las decisiones se pactan fuera del parlamento. El voto se hace obligatorio en las bancadas. La conciencia se aparca con tal de no caerse de las listas de candidatos. La política se convierte en profesión, en peor sentido weberiano. Son funcionarios, empleados de la razón de estado. Burócratas bien disciplinados. Los acuerdos se alcanzan a espaldas de los propios diputados. No hay transparencia ni horizontalidad. En términos actuales, ni empoderamiento ni transversalidad. Aunque para contestar a la segunda parte de la pregunta, este fenómeno se puede generalizar en la mayoría de los países latinoamericanos y del mundo occidental en el cual se pusieron en práctica las políticas neoliberales. Las reformas del Estado, con sus procesos de desregulación, privatización, descentralización y cambio en la gestión pública tenían dicho fin. Se trataba de cambiar las relaciones entre la economía y el sujeto social. La primera se transformó en una teología fundante del orden social y el ciudadano se difuminó hasta su desaparición política. En contrapartida tenemos un sistema donde el social-conformismo emerge para facilitar el ejercicio de un poder totalitario, en el cual se renuncia a la conciencia y la voluntad en pro de una sumisión que garantice el éxito individual. Chile fue el primer laboratorio y desde luego no podemos decir que haya fracasado el experimento.
La entrega del poder formal por parte de los militares y el triunfo de la Concertación fueron la prueba de fuego de este proyecto. La Concertación administró el proyecto, y llevó a cabo las últimas reformas que Pinochet no había realizado. Por eso digo, volviendo a la primera respuesta, que se acabó la transición. El reproche al modelo impuesto por Pinochet y la derecha tenia su razón en haber tenido su origen en un golpe de estado. El regreso de las fuerzas armadas a sus cuarteles abría una interrogante: ¿es posible administrar el proyecto por quienes fueron sus detractores? Bien, la Concertación demostró su maleabilidad y su falta de ética. No tuvo problemas en administrarlo. Sólo tuvo que desprenderse de los valores democráticos que habían sido su bandera de lucha durante la dictadura. Y debo decir que no tuvieron empacho en hacerlo.
- Un proyecto que se le ha proyectado como ejemplar, por cierto…
Desde luego. Los medios de información y disuasión han proyectado esta imagen idílica. Pero no olvidemos que Chile es el país con mayor desigualdad en América Latina y de los primeros en el mundo. Mérito poco recomendable, para decir que es un país gobernado por la izquierda. Sin embargo, para no ser injustos, hay que reconocer que en el gobierno de Michelle Bachelet, se implementaron políticas sociales tendentes a disminuir la extrema pobreza, dando cierta cobertura sanitaria a los más desatendidos y salarios mínimos más acordes con el coste de la vida. Estas políticas se han vendido como parte de un proyecto de cohesión social. Mero espejismo, si consideramos la privatización de la sanidad, de las empresas públicas, el fracaso de las políticas educativas, la flexibilidad laboral y la creación de empleos de baja calidad amparados en las leyes que favorecen el despido libre. Factores a los cuales se debe sumar la emergencia de la corrupción política, cuestión relativamente inédita en Chile.
En este sentido, un gobierno de izquierda, como se autodenomina el chileno, debería haber construido una política social diferente a la dinámica neoliberal. Si sólo se dedican a tapar agujeros para un mejor funcionamiento del neoliberalismo en realidad no hay cambios estructurales. Si sus éxitos consisten en dar un retoque humano al capitalismo salvaje, entonces han fracasado. Por eso, tanto Ricardo Lagos como Michelle Bachelet quisieron darles un perfil progresista a sus gobiernos y distanciarse de los gobiernos democristianos de Patricio Alwyin y Eduardo Frei Ruiz Tagle. Y es cierto, lograron dar una capa de barniz a las políticas más excluyentes que habían marcado al Chile de Pinochet y los dos primeros gobiernos de la Concertación.
En ese sentido es ilustrativo lo que dijo el Ministro de Asuntos Exteriores de Bachelet, Alejandro Foxley en un ataque de sinceridad. Permítame citarlo textualmente ya que tengo la frase anotada en una ficha que siempre llevo conmigo: “Pinochet realizó una transformación sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de adelantarse al proceso de globalización que ocurrió una década después. Al cual están tratando de encaramarse todos los países del mundo: descentralizar, privatizar, desregular. Esa es la contribución histórica que va a perdurar por muchas décadas en Chile y que quienes fuimos críticos con algunos aspectos de este proceso en su momento, hoy lo reconocemos como un proceso de importancia histórica para Chile, que ha terminado siendo aceptado prácticamente por todos los sectores. Además ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos para bien no para mal, eso es lo que yo creo. Y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar”. Bueno, cuando uno oye esto no sabe como reaccionar. Si no sabe su origen seguro que se lo atribuye a un miembro de la derecha o algún disidente de la dictadura.
- Con estos elementos, ¿qué se puede esperar del nuevo gobierno?
Yo creo que habrá un aumento de la conflictividad social entre otras cosas, porque hay que recordar que Piñera es un empresario y como tal va a tratar al país con el criterio de ser una empresa. Disciplina, eficacia, racionalidad y mucha mano dura para maximizar los beneficios. Una especie de Berlusconi, sin sus connotaciones esperpénticas. Es posible que se profundice el proceso desnacionalizador en la minería del cobre. También se seguirá aplicando la ley antiterrorista contra el pueblo mapuche, criminalizando sus demandas y protestas sociales. Las consecuencias inmediatas serán una militarización de la zona bajo el criterio de una guerra de baja intensidad. En esta dinámica, Piñera no tiene que justificarse, el es por antonomasia el ejemplo de hombre rico creado por la dictadura. Y se siente cómodo en ese traje.
En sentido opuesto, la Concertación, al ser oposición, puede presionar al gobierno con movilizar a su electorado con el lema “paremos a la derecha”. En esta estrategia, contará con el apoyo de los comunistas, los sindicatos y los movimientos sociales, hasta ahora reprimidos. A diferencia de Marco Enríquez Ominami Gumucio, la Concertación es una suma de partidos con cuadros y estructura, lo cual permite movilizar a sus afiliados de forma orgánica.
Cabe también recordar que cuando ganó Piñera, un sector no desdeñable de sus votantes exhibió carteles de Pinochet. Cuestión que deja al descubierto alguno de los compromisos adquiridos por Piñera. Su triunfo, no lo olvidemos, es visto por estos sectores como el comienzo de una revancha donde articula todo su odio contenido durante veinte años. Quizás sea lo más doloroso, observar que una proporción de chilenos siga pensando en Pinochet como un salvador de la patria y no como un asesino, culpable de crímenes de lesa humanidad.
- ¿Descartas que en los planes de Piñera esté una aproximación hacia la Democracia Cristiana?
Ya lo señale anteriormente. Como miembro de la derecha cuenta con muchos amigos dentro de la democracia cristiana. Mismos que se prestarían para una acción de estas características. Seguramente, si las condiciones lo ameritan, Piñera utilizará todos los medios para provocar primero una aproximación, que todo hay que decirlo ya existe. Pero su objetivo va mas lejos, busca la ruptura definitiva de la Concertación. En esta lógica, la Democracia Cristiana, dentro del gobierno de Piñera, le puede otorgar un respiro si quiere mantener cierta distancia con la UDI. No nos olvidemos que Piñera era un admirador de Frei padre y sus vínculos con militantes democristianos se remontan a décadas. Fijarse una política de atomización de la oposición y atraer la democracia cristiana forma parte de un proyecto refundacional de la derecha chilena a mediano plazo y seguro que Piñera está en este contubernio.
- En el frente externo, ¿qué podemos esperar del Chile bajo la conducción de Piñera?
En este plano, como en todos, los cambios irán a peor. Aún así, cabe recordar que fue un gobierno de la Concertación quien impidió a Venezuela sentarse en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, apoyando la candidatura de Guatemala, todo para después abstenerse. También debemos subrayar que durante todos estos años que ha gobernado la Concertación, Chile ha roto con el proceso de integración latinoamericana, es más, no ha querido estar en América Latina. Mira más al Norte que al Sur. Tiene firmados 72 tratados de libre comercio con los países del llamado “primer mundo”
Chile rompió ese concepto de lo latinoamericano presente en la identidad chilena. La nacionalidad chilena se entendía como parte del ser latinoamericano. Ahora el chileno medio y de éxito se siente más vinculado con EE.UU. y Europa. Es cierto que frente al golpe contra el presidente boliviano Evo Morales, el gobierno chileno y Michelle Bachelet lo condenó, apoyándose en la estructura de Unasur. Pero no ha participado y se ha mostrado indiferente, por decir lo menos, frente al ALBA, el Banco Sur y los proyectos de integración que buscan romper la hegemonía de los EE.UU. en la región. Por el contrario, EE.UU. ha encontrado en Chile un fiel aliado. Queda claro, entonces, que la política de los partidos de la Concertación ubicó a Chile en un bloque: el bloque hegemónico de los EE.UU. Con todo, es cierto que uno puede señalar que el nuevo presidente Sebastián Piñera va a inclinar la balanza hacia la posición colombiana defendida por Álvaro Uribe, tendiendo una mano a Felipe Calderón en México y dando una bocanada de oxigeno a los gobiernos conservadores de Panamá, Perú y Honduras. Su política exterior no se va a enfrentar a Brasil, no es un enemigo. Y en los aspectos más inmediatos y conflictivos, cerrará las puertas a cualquier diálogo con Bolivia en lo tocante a una salida al mar. En todo ello hay un común denominador, el triunfo de Piñera es un punto de inflexión a lo que se creía el fin de la hegemonía neoliberal en el continente. La batalla sigue y ahora se abre un nuevo capitulo. Esperemos que no suceda lo mismo en las próximas elecciones presidenciales en Brasil.
Pese a todo estoy seguro que estos nubarrones no anuncian tormenta. Pero el neoliberalismo no ha sido, como piensan algunos, derrotado. Hoy vive una segunda juventud, mucho más peligrosa. El orden neo-oligárquico se consolida. Combatirlo es el deber de todo demócrata, viva en Chile, Ecuador, México o Brasil.
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